“NAVEGANDO HACIA JERUSALEN CON JESÚS”
Vamos a recorrer con Jesús el itinerario que él mismo recorrió hacia Jerusalén utilizando sus propias palabras y testimonio, sus encuentros con la gente, su vida en realidad. Para ello nos vamos a servir de textos del propio Evangelio que nos ayuden a ello y de pequeños cuentos, cortos de películas, canciones y otros materiales.
Cada semana nos desplazaremos por uno de los lugares por donde pasó Jesús y descubriremos a la gente, nos descubriremos a nosotros mismos y lo que Él quiere regalarnos.
1. Nazaret (Amistad)
Elección de los doce: Mc. 3, 13-19 // Lc. 6, 12-16
Canción: “¡Qué bien, qué bien!”, Fabiola del disco Fiesta es tu Palabra.
LA DESAPARICIÓN DE LOS LUCKYS
Hace mucho tiempo, en el país de las Gominolas Mágicas, existían unos pequeños seres de colores llamados luckys. Eran redondos, peludos y suaves, y muy divertidos y cariñosos. Nacían de las flores más bellas, y eran una constante fuente de buena suerte para quienes estaban cerca. Por eso todas las personas se hacían acompañar por su propio grupo de luckys. Y competían por convertirlos en sus amigos ofreciéndoles juguetes, golosinas y toda clase de regalos.
Bueno, todas menos Violeta, una niña que nunca quiso conseguir sus luckys con regalos. Ella prefería tratarlos como verdaderos amigos, y se esforzaba en darles mucho cariño, hacerles favores, hablar con ellos y preocuparse por sus cosas… en resumen, necesitaba tanto tiempo para conseguir y cuidar a cada uno de sus peludos amiguitos, que era con diferencia la persona con menos luckys.
Cierto día corrió la noticia de que bajo las cataratas de miel vivían miles de luckys sin dueño, y la gente juntó regalos y golosinas para viajar hasta allí en busca de más buena suerte. Violeta era muy feliz con los luckys que tenía y no pensaba hacer el viaje, pero cuando vio que se quedaba sola, le pudo la curiosidad y también emprendió el camino con alegría.
Pero cuando llegó a las cataratas sólo encontró personas tristes y solitarias, sentadas junto a sus montones de regalos y golosinas. No había rastro de los luckys.
– Ten cuidado, la catarata se ha tragado todos nuestros luckys- le advirtió una mujer. – Se abre y los absorbe en un instante ¡Vete antes de que sea tarde!
Pero ya era tarde. Las cataratas se abrieron y cerraron con gran ruido. Sin embargo, al mirar a su alrededor, buscando a sus luckys, no faltaba ninguno de sus queridos amigos.
– No se los ha tragado – decían todos sin creérselo, formando un corro alrededor.
Antes de que pudieran hablar mucho más, las cataratas volvieron a abrirse. Esta vez se mantuvieron abiertas por más tiempo, y permitieron ver en su interior a todos los luckys felices y contentos rodeados de los mayores y mejores regalos que se pudieran imaginar. Cuando las aguas se cerraron, los luckys de Violeta seguían junto a ella.
Finalmente, las aguas se abrieron una tercera vez, manteniéndose abiertas, y un hombre de aspecto raro y divertido habló a los luckys con dulce voz.
– Venid conmigo, pequeños luckys. Aquí tendréis más y mejores cosas de lo que nunca podáis imaginar ¡Seremos grandes amigos!
La propuesta era tan tentadora que Violeta dijo:
– Podéis ir con él si queréis, chicos. Este sitio tiene una pinta estupenda. No me extraña que les haya gustado a los demás luckys.
Pero ni uno sólo de sus luckys se separó de ella. Se abrazaban tanto a su amiguita, que nadie dudó de que para aquellos pequeños lo verdaderamente estupendo era estar con la niña.
-¡Voy a recuperar a mis luckys! – dijo entonces un niño, dirigiéndose a la cascada.
Aquel niño fue el primero en decirlo, pero todos conocían las “locuras” de Violeta con los luckys, y supieron en seguida lo que tenían que hacer para recuperarlos. Y uno a uno fueron entrando bajo la cascada para dar a sus luckys el cariño, la atención y la generosidad que los hiciera verdaderos amigos suyos, y no de los regalos que solían hacerles.
Adalina no era un hada normal. Nadie sabía por qué, pero no tenía alas. Y eso que era la princesa, hija de la Gran Reina de las Hadas. Como era tan pequeña como una flor, todo eran problemas y dificultades. No sólo no podía volar, sino que apenas tenía poderes mágicos, pues la magia de las hadas se esconde en sus delicadas alas de cristal. Así que desde muy pequeña dependió de la ayuda de los demás para muchísimas cosas. Adalina creció dando las gracias, sonriendo y haciendo amigos, de forma que todos los animalillos del bosque estaban encantados de ayudarla.
Pero cuando cumplió la edad en que debía convertirse en reina, muchas hadas dudaron que pudiera ser una buena reina con tal discapacidad. Tanto protestaron y discutieron, que Adalina tuvo que aceptar someterse a una prueba en la que tendría que demostrar a todos las maravillas que podía hacer.
La pequeña hada se entristeció muchísimo. ¿Qué podría hacer, si apenas era mágica y ni siquiera podía llegar muy lejos con sus cortas piernitas? Pero mientras Adalina trataba de imaginar algo que pudiera sorprender al resto de las hadas, sentada sobre una piedra junto al río, la noticia se extendió entre sus amigos los animales del bosque. Y al poco, cientos de animalillos estaban junto a ella, dispuestos a ayudarla en lo que necesitara.
– Muchas gracias, amiguitos. Me siento mucho mejor con todos vosotros a mi lado- dijo con la más dulce de sus sonrisas- pero no sé si podréis ayudarme.
– ¡Claro que sí! – respondió la ardilla- Dinos, ¿qué harías para sorprender a esas hadas tontorronas?
– Ufff…. si pudiera, me encantaría atrapar el primer rayo de sol, antes de que tocara la tierra, y guardarlo en una gota de rocío, para que cuando hiciera falta, sirviera de linterna a todos los habitantes del bosque. O… también me encantaría pintar en el cielo un arco iris durante la noche, bajo la pálida luz de la luna, para que los seres nocturnos pudieran contemplar su belleza… Pero como no tengo magia ni alas donde guardarla…
– ¡Pues la tendrás guardada en otro sitio! ¡Mira! -gritó ilusionada una vieja tortuga que volaba por los aires dejando un rastro de color verde a su paso.
Era verdad. Al hablar Adalina de sus deseos más profundos, una ola de magia había invadido a sus amiguitos, que salieron volando por los aires para crear el mágico arco iris, y para atrapar no uno, sino cientos de rayos de sol en finas gotas de agua que llenaron el cielo de diminutas y brillantes lamparitas. Durante todo el día y la noche pudieron verse en el cielo ardillas, ratones, ranas, pájaros y pececillos, llenándolo todo de luz y color, en un espectáculo jamás visto que hizo las delicias de todos los habitantes del bosque.
Adalina fue aclamada como Reina de las Hadas, a pesar de que ni siquiera ella sabía aún de dónde había surgido una magia tan poderosa. Y no fue hasta algún tiempo después que la joven reina comprendió que ella misma era la primera de las Grandes Hadas, aquellas cuya magia no estaba guardada en sí mismas, sino entre todos sus verdaderos amigos.